19 de febrer del 2006

Los pasadizos del Clinic (I)


-Pero ¿qué haces, Pedro?; ¿cómo te has bajado?; ¿qué has hecho?; ¡eres un guarro!
-¡Me voy, quiero irme¡, quiero un taxi, me voy a mi casa.
-¡Dios!, se ha meado. Mira como ha puesto todo...


Deben ser las las tres de la madrugada. Pedro está desnudo y descalzo, sobre sus propios orines, ajeno al bamboleo de los tubos de suero y medicación que lleva prendidos del catéter yugular y con el orinal, vacío, en la mano derecha. A pesar de tener las barandillas subidas ha conseguido salirse por los pies de la camilla. Tendrá unos setenta y pocos años, pero se le ve todavía vigoroso y guerrero, con un protuberante abdomen que más parece tributario de la cerveza que síntoma patológico. Acepto la oferta de la enfermera de mudarme a otro box. Mientras, con la auxiliar, intentan apaciguarle y meterlo de nuevo en la cama. Pero el panorama no es mucho más halagüeño con Ramón, mi nuevo compañero. De una edad similar al anterior, sufre de sordera profunda y, privado del feedback auditivo, su habla es prácticamente ininteligible. Ramón también quiere fugarse. La enfermera está desquiciada -¡Dios, que ganas tengo de que sean las ocho!- le grita inútilmente a Ramón. Parece que finalmente le convencen para que se tome un Valium. Aprovechando un momento de calma consigo conciliar el sueño. Como reza el tópico, las cosas siempre pueden ir a peor, y eso me ocurrió aquella noche, la tercera que pasaba en una camilla de 'Urgencias'.

Había ingresado el lunes 6 de febrero al mediodía, y a última hora de la noche ya tenía un primer diagnóstico (obstrucción intestinal inespecífica) y la orden de ingreso, pero por falta de camas en la unidad de hematología debía de pasar esa noche en la camilla de un box. Me lo tomé con filosofía; el ambiente en la unidad de 'Observación' de la tercera planta era hasta cierto punto cálido y el personal amable y, un poco aturdido por la situación de inferioridad subjetiva, uno tiende a sobrevalorar y agradecer el menor gesto de amabilidad o simple corrección. (Quizá alguien con menos miramientos calificaría esto de síndrome de Estocolmo).

Esa camilla fue mi concha y mi hogar durante tres días y tres noches; en ella me llevaban, a través de pasillos, rampas y ascensores, a las pruebas diagnósticas: radiografía, 'TAC', colonoscopia, más radiografías... Siempre con la botella de suero balanceándose sobre mi cabeza, en veloces travelings en cámara subjetiva por los largos -larguísimos- y fríos pasadizos del Clinic. En los interín, aparcado entre otras camillas y otros pacientes, largas y obsesivas contemplaciones del techo, de las lámparas fluorescentes, de los difusores de ventilación, o del rótulo informativo sobre la necesidad de avisar al radiólogo si una está embarazada. Largas esperas, a solas con los propios pensamientos. Con los propios y con los ajenos: cómo no recordar en estos momentos, en que uno se siente prisionero de su cuerpo, a los místicos que, como Santa Teresa, lo tienen por una cárcel:


¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.

O la invitación de Jorge Manrique a aceptar con alivio y serenidad la muerte:

Partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos
descansamos.

Pero hoy no hablaremos de la vida y de la muerte. Quizá otro día. Avisados quedan los navegantes (si es que hay alguno de ellos que se aventure en este charco doméstico). En estas y otras meditaciones entretuve mi mente aquellos tres días y tres noches. A las dos de la madrugada de la tercera me despertó, no sin cierto sobresalto, un camillero:

-Antonio, vamos a llevarle a la sexta planta.
-¿Y esto?- acerté a decir medio dormido.
-No se preocupe, es lo mismo que aquí; una unidad de observación
-¿?

Otro viaje nocturno, por pasillos y ascensores, hasta encontrarme compartiendo el oscuro y lúgubre 'box' con Pedro. A la mañana siguiente, con la aurora volvió la esperanza. La mujer de Ramón (que otra vez quería irse) consiguió calmarle, y la doctora de guardia, que en esos tres días había sido mi cordón umbilical con el mundo exterior, me comunicó que por fin había una cama para mí: "de momento es la única buena noticia que puedo darle, Antonio". Gracias Eva -le dije- has sido muy amable conmigo y muy profesional. Y era cierto, el trato y la profesionalidad de casi todo el personal fue excelente. Lejos queda la leyenda negra de una sanidad pública viciada y funcionarial. (To be continued).

8 comentaris:

  1. Espero, de todo corazón, que hayan resuelto tu problema. Que no tengas que volver a ese lugar ni a contemplar el techo. Espero que estés estupendamente y que tu anuncio de que es posible que vuelvan los problemas, sea la angustia acumulada de esos días. Espero tenerte entre nosotros, sano y alegre y si, de la manera que sea, puedo hacer algo (ya, ya se que es imposible, pero resulta tan frustrante...), no dudes en decírmelo.

    Gracias por contarnos, por compartir con nosotros, por regresar. Se te echaba de menos.

    Cariños.

    Anacrusa

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  2. Querido amigo.
    (Te llamaré).

    Me da mucha rabia que tengas que escribir en esta pizarra por este motivo, con lo bien que podías haber apabullado con otras cosas, pero bueno, has hecho bien en enlazar el blog en el foruco, voy a hacer un enlace desos rwaros que se ve el texto, a ver si consigo que me salga. Que así vendremos a darte latas y visitas.

    Toni, no seas burro, eh?, se dócil, y hazle caso a Rosa en todo, y cuídate, que tenemos cuchipanda pendiente...y ya viene la primavera.
    Que susto más grande os habreis llevado, que rabia todo, y que espantos. La otra noche tuve un sueño terrible que igual vengo luego y te lo cuento, terrible, tan terrible que me desperté llorando y espantada...y creo que desde entonces lo tengo como una especie de premonición, todo lo relacionado con la enfermedad, con nuestra fragilidad, es apabullante...y me da miedo y me deja indefensa y no me valen ninguno de mis cuentos y mis historias para seguir sonriendo y haciéndome la fuerte y eso.

    Vengo luego.
    Te quiero. Y te abrazo.

    M.

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  3. Brian, o Toni, o Antonio, espero que todo esto (y ya que estás de vuelta y contándolo) tenga un final feliz.
    Me alegro de saber de ti.

    Ah, y yo corroboro tu opinión sobre la sanidad pública; mi frecuente experiencia en los últimos años me ha mostrado que en temas importantes (distinto es un centro de salud, por ejemplo) el personal es muy profesional y digno de confianza.

    Un abrazo.

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  4. Bueno, veo que tus esperadas apostillas no tardarán mucho en volver. ¡Dale caña a la obstrucción intestinal!

    Un fuerte abrazo.

    Orfeo Euclides

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  5. Te dejo esta dirección. Igual se te desatasca todo de la lectura y nos ahorramos un sinvivir de cirugías...
    Beso.

    http://www.pitidopopular.com/

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  6. En el salón mis hijos están viendo la segunda parte de "Men in black" (me parto con el perro), y escuchándolo, caigo en que en los hospitales pasa algo muy parecido al borrado parcial de memoria que sale en la película, con las gafas negras y el fisfís.

    Cuando entras el personal médico debe hacértelo para no acordarte de tu vida anterior. Y es cierto porque cuando pasan unas horas, parece que no has conocido otra cosa, que la máquina de café, el ascensor, las botellas de agua, los zuecos de las enfermeras, las miserias humanas son tu entorno habitual y fuera, corre un mundo del que eres completamente ajeno y al que lo mismo, si te apuran, ya no necesitas volver.

    Por lo visto cuando sales pasa igual, en la puerta te hacen zas, y enseguida a disfrutar de tu casa, de las zapatillas de estar en ella, de tus cosas calientes, del olor de los sofás, de los horarios de "las personas normales". Y no sabes cómo habías podido pasar sin tenerlos.

    Siento que no se encuentre bien, Brian, pero ya verá como las cosas siempre son menos de lo que en principio nos parecen. Usted es (desde aquí se le ve muy) fuerte, ánimo, :-)

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  7. Gracias a todos por las palabras de ánimo. Por increíble que parezca, sólo al leerlas me he dado cuenta de algo que, de tan evidente, me pasó desapercibido mientras escribía: lo que quería ser una reflexión, invitando a la reflexión, se quedó en un retrato costumbrista ;-).

    Particularmente inspirada me ha parecido la metáfora de Donna. Sólo que el flash de la amnesia no es instantáneo sino que requiere el paso de una noche. Esa primera noche (en el hospital primero y en casa después) en la que puertas, pasadizos y lavabos se han trastocado bajo una fantasmal luz de gas.

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  8. Se le estima, Brian. Y se le sigue.

    Un abrazo.

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