25 de febrer del 2008

El diario gratuitoo Shakespeare in town (Pausa)

No suelo coger los diarios gratuitos. No tengo ninguna prevención en contra, pero son muchos años de comprar el periódico y, ya se sabe, somos animales de costumbres. Además, para qué negarlo, me molesta el acoso, incluso cuando de diarios se trata. Normalmente al salir de casa compro el diario y me lo pongo bajo el brazo un poco a guisa de escudo protector. Cuando me ofrecen un diario gratuito esbozo una sonrisa de disculpa acompañada de un ligero movimiento mostrando el escudo a modo de implícito "no gracias". Pero hoy he salido zumbando, sin tiempo de dar el pequeño rodeo por el kiosco, y al encarar las escaleras el metro, a pecho descubierto, me he encontrado con el "ADN" literalmente en las narices. Tras unas centésimas de segundo de duda he optado por cogerlo. Todo ha sido llegar al andén, entrar en el vagón y, sin apenas libertad de movimiento, echar un vistazo a la contraportada. Ahí, a un lado, pugnando por salir a la luz entre anuncios estaba esta pequeña pero muy digna columna:

Lucía Etxebarria

Shakespeare in town

Después de haber visto la maravillosa versión de Rey Lear dirigida por Gerardo Vera que actualmente se representa en Madrid, me he dado cuenta de que no hay nada como Shakespeare para ponerle la nota culta a las noches de licencia y descarrío. Un ejemplo: Entra usted en el Bar de Mala Nota y se da de narices con su Malvado Ex acompañado de su no menos Deleznable Pareja. Actual. No se deje arredrar por esta triste visión y, parafraseando a Lear, exclame usted, convencida: "Los seres perversos parecen hermosos al lado de otros más perversos. No ser lo peor también tiene mérito".Acto seguido avance con dignidad bar adentro y cuando se tope con un Hermoso Joven al que considere digno de sus favores, cite usted a Goneril y espétele "Si no temes hacerte un favor a ti mismo, pronto conocerás el deseo de una mujer". Si él fuese un hombre que sabe lo que le conviene, puede responderle citando a Edgar: "Yo soy hijo de la naturaleza, y sólo a la naturaleza me debo". Salgan ustedes pues del bar dispuestos a gozar de mutuos favores. Como suele suceder en noches semejantes, se encontrarán congelados de frío, plantados en la esquina, esperando a ese taxi que nunca llega. Pero no todo está perdido. Recuerde usted al valeroso Edgar, apriete convencida la mano de su acompañante y declame en alta voz: "Mientras aún puedas decir que lo peor ha llegado, es que aún no ha llegado lo peor".
Sólo dos estaciones hasta la estación de enlace; en el vestíbulo hay un pequeño kiosco empotrado en la pared donde he comprado mi diario habitual. Con él bajo el brazo, y sintiéndome un poco más protegido, he continuado mi trayecto no sin antes, al pasar por una papelera, dejar con todo cuidado, por si alguien quiere cogerlo, el diario gratuito.

PS: No me olvido de Companys, Vila, pero he querido darme -y daros- un respiro.

17 de febrer del 2008

Juan-José López Burniol (V) La dura realidad

Tenía para comentar dos recortes de El Periódico con las respectivas respuestas de Rajoy y Zapatero a una pregunta de López Burniol -¿El encaje de Catalunya en España se resolvería mejor con un Estado federal clásico, y por tanto simétrico, o mediante un modelo confederal, sea este asimétrico o bilateral?- que se incluye en el contexto de sendas entrevistas a ambos personajes. Pero el propio Burniol se me adelanta hoy, en su columna del domingo, exponiendo los pensamientos que le suscita la primera de esas respuestas, la de Rajoy. Y a la vista del éxito, incluso dudo de que se moleste en comentar la segunda, la de Zapatero.

Las respuestas no pueden ser más previsibles; ventiladas como de puro trámite, diría yo. Rajoy: "Las cosas son mucho más sencillas que todo eso. España está definida en la Constitución como la suma de las nacionalidades y regiones que la componen. Y es exactamente eso, y no ninguna otra cosa". Por su parte, Zapatero: "El debate territorial requiere menos discusiones conceptuales y más claridad en la posición que cada cual defiende. La Constitución ha optado por un modelo de organización del Estado que no responde a una idea confederal: no está, pues, en el horizonte". ¿Alguien podría sorprenderse ante este tipo de respuestas?. No sé si a Burniol le han sorprendido, pero cuanto menos le han dolido; si más no la de Rajoy, que ha motivado su antedicha reacción. Al decir de Burniol ya un amigo le había advertido: "te engañas, no hay federalistas en España" capaces de reconocer que Cataluña "es una realidad histórica que ha preservado su identidad y tiene una voluntad decidida de proyectarla al futuro". "Así las cosas -termina diciendo Burniol- reconozco humildemente que Ortega tenía razón: la relación entre España y Catalunya solo podrá desenvolverse (...) en términos de estricta conllevancia". Para ser exactos -la precisión no me parece ociosa- en su famoso discurso en Las Cortes (tal como recoge el propio Burniol en su libro) Ortega no habla de la relación entre España y Cataluña, sino del problema catalán. Problema que "no se puede resolver, sólo se puede conllevar".

Y me pregunto yo: ¿tanta fuerza tiene la apresurada respuesta de Rajoy como para que Burniol, de un plumazo, se replantee toda la doctrina cuidadosamente elaborada en su libro, y salte 74 años atrás en el tiempo?. ¿Qué esperaba Burniol de "su amigo de derechas", o del hombre de "la sonrisa sin destinatario". ¿Qué taumatúrgico efecto esperaba que su pregunta operase en los dos estadistas que hoy se disputan liderar el destino inmediato de España?. En el improbabilísimo caso de que Burniol leyera estas líneas, sería yo quien le diría ahora, no ho deixi. Al margen, y más allá, de líderes y liderillos al albur de circunstanciales elecciones, los ciudadanos de Cataluña, y de España, esperamos algo más de nuestros intelectuales. Este libro, aunque tal como he dicho en anteriores comentarios, no comparto alguna de sus premisas ni, en consecuencia, algunas de sus conclusiones, constituye un esfuerzo notable y valiosísimo para el planteamiento de una relación entre España y Cataluña (y otras naciones) sin caer necesariamente en el fatalismo de la conllevancia mutua ni, mucho menos, a vernos mutuamente como una especie de castigo divino. Y bueno, puestos a dar saltos atrás en el tiempo, prefiero al republicano Azaña antes que al historicista Ortega.

PS: Tal como amenacé, quería dedicar un comentario al síndrome Companys -figura acuñada por Burniol, con una gran carga significativa, para referirse al giro soberanista de Maragall y, a su rebufo, el PSC, durante la tramitación de la reforma del Estatut- pero el hilo de la actualidad me fuerza a posponer ese comentario en beneficio de la reacción de Burniol a las respuestas de los líderes políticos. A pesar de que soy consciente de que dedicar tantas entradas consecutivas al mismo tema aburre a las ovejas, pienso que el libro, como digo arriba, más allá de su contenido estricto, que no es poco, constituye una hoja de ruta muy apropiada para examinar, y quizá superar, el problema catalán, que me apasiona tanto como al propio Burniol.

11 de febrer del 2008

Juan-José López Burniol (IV) Pueblos y ciudadanos

Mi anterior comentario ("Palo a la burra blanca, palo a la burra negra") fue una digresión en torno a la consideración que a Burniol le merecen los principales actores de la política española de los últimos 10 o 12 años. Triste consideración, ciertamente, que en líneas generales no puedo dejar de compartir -y que era pertinente hacerla porque, para bien o para mal, esos actores han sido determinantes en la historia que nos ocupa- pero que nos apartó del hilo de la reflexión. Reflexión que ahora quisiera recuperar donde la dejé en el comentario II: los ciudadanos versus los pueblos.

A pesar de que Burniol se apoya básicamente, en lo que al contexto histórico se refiere, en un historiador tan poco entusiasta del relato identitario como Santos Juliá, nuestro hombre construye su tesis dando un protagonismo, a mi entender excesivo, a los pueblos como entes interlocutorios, por encima de los ciudadanos e incluso de los territorios donde se asientan. Más que interrogarse acerca de lo que digan o interese a los ciudadanos -de Cataluña o de España- parece interrogarse acerca de lo que decida Cataluña o interese a España: "España tiene derecho a saber si Cataluña quiere marcharse o no" (pag. 203) porque, en según qué condiciones, "para España es preferible una Cataluña independiente..." (pag. 209). Y ello seguramente es así porque "las pulsiones profundas por las que se mueven las personas, y por ende los pueblos, son perennes" (pag. 148).

A veces las simplificaciones, los modelos, ayudan a plantear problemas que no pueden abordarse en toda su complejidad. Algo así estaría detrás de la lógica de los referéndum de autodeterminación: puesto que no podemos atender los deseos de millones de voluntades expresadas individualmente, hacemos una sencilla consulta y hacemos lo que decida la mayoría. Desgraciadamente las soluciones simples raramente resuelven problemas complejos, y este me temo que es uno de esos casos. Hace ya casi un siglo, a impulso del presidente de los EE.UU. Woodrow Wilson, se creyó encontrar la panacea al problema de los nacionalismos bajo el "principio de nacionalidad" consistente en hacer coincidir las fronteras de los estados-nación con las fronteras de la nacionalidad y la lengua; principio que, de una u otra forma habían teorizado decenios antes Mazzini y otros ("cada nación un estado y sólo un estado para cada nación"). Pero como nos dice Eric Hobsbawm, en "Naciones y nacionalismo"(Ed. Crítica, 1991) "La consecuencia lógica de crear un continente pulcramente dividido en estados territoriales coherentes (...) fue la expulsión en masa o el exterminio de las minorías". Precisamente ayer me vino a la mente todo este debate, y el libro de Burniol, al leer en El Periódico la noticia sobre la próxima independencia de Kosovo. Este fragmento me emocionó:
Pegado a Kosovo Polje está Bresje, donde nació Dobrivoje Grujic, de 45 años. En el pueblo no hay un alma por la calle. De alguna casa, pocas, cuelga un letrero: Prodajem (vendo). "El 70% de los vecinos se han ido marchando, porque esto es un gueto. Sin embargo, yo no quiero irme. No tengo a nadie en Serbia. Yo nací aquí, y mis padres, y mis abuelos. No he matado ni robado a nadie", dice Grujic con los ojos inundados.
Su esposa, Slagjana, de 40 años, lo besa. "Estamos pagando las locuras de Milosevic".
Si en 1920 fue imposible hacer coincidir las fronteras con las naciones, las etnias y las lenguas, ¿cuanto más no lo será hoy, en el siglo XXI, cuando las corrientes migratorias están actuando como un colosal e inmenso turmix que no cesa de mezclar gentes, lenguas y territorios?.