14 de juliol del 2006

El diario, Oriente Medio y Edgar Morin


Hará unos cuarenta años que tengo el hábito de comprar cada día el periódico. Desde joven se convirtíó en una manía, a veces casi una obsesión, que con el recuerdo me resulta hasta cómica: insólitos peregrinajes, sobre todo en desplazamientos o vacaciones, en busca de un quiosco de prensa con un afán cercano al síndrome de abstinencia, que devenía en angustia cuando el destartalado quiosco de playa sólo tenía revistas de pasatiempos y tabloides alemanes o ingleses. Sólo salir de casa sin haberme afeitado me produce una sensación semejante de desnudez.

Cuando las emisoras de radio conectaban obligatoriamente dos veces al día con el Diario hablado de RNE (el "parte", como era conocido por los entonces mayores) y la mejor televisión de España era la TVE, según celebrada ocurrencia del malogrado El Perich, algún periódico, y alguna que otra revista de poca circulación, eran el refugio donde poder leer entre líneas -o creyendo leer al menos- posturas levemente discordantes con el pensamiento oficial.

Cuando de vez en cuando, cada vez con mayor perspectiva, uno vuelve la vista atrás, se da cuenta del tremendo surco que los años han dejado en la vida. En la propia vida en primer lugar, pero también en la vida de la sociedad. Qué lejanos se ven los tiempos, desde la llamada, no sin razón, era de la comunicación, en la que el periódico era nexo imprescindible con el mundo exterior de cualquier persona que quisiera considerarse no ya mínimamente culta, sino meramente perteneciente al cuerpo social. No recuerdo a qué personaje de principios del pasado siglo se atribuía una ocurrente respuesta a la polémica que por aquel entonces se producía, acerca de si la radio llegaría a sustituir los periódicos: "de ninguna manera, con una radio no se puede envolver el bocadillo".

Los bocadillos se envuelven hoy con papel de plata, y los diarios no sólo no han desaparecido, sino que incluso los regalan en la boca del metro y hasta en los propios quioscos. El valor del periódico, como el de los espacios televisivos o los partidos de fútbol, ya no está en la que fuera su razón de ser, sino en la publicidad que pueden alojar.

Pero con los años, aquella manía compulsiva de comprar el periódica se me ha quedado como una costumbre no por más reposada menos necesaria. Hay días que apenas lo hojeo; mi inveterado impulso tiene que competir en tiempo e interés con la televisión y con Internet, cuando no con la apatía o el agobio de saberme impotente para asimilar una infinitésima parte de información que se genera a cada minuto.

Hoy, una vez más, he empezado a hojearlo con desgana, y ha sido la contemplación de la portada lo que me ha llevado a estas elucubraciones: "Israel cerca Líbano y ataca ya los barrios del sur de Beirut". Seguramente leí titulares muy parecidos en mis primeros años de lector de la prensa. Tan lejos en el tiempo y tan cerca en la inmutable miseria de la condición humana. Meditando sobre este cruel e inacabable conflicto me he sonreído para mis adentros pensando en todos esos opinadores, tanto profesionales como amateurs (sobre todo estos últimos, que ha hecho aflorar Internet) que tienen tan claras las ideas y los matices que diferencian, por ejemplo, el terrorismo del acto de guerra, o la agresión de la legítima defensa. Con esa desgana he ido pasando las hojas, del horrible atentado al tren en Bombay a las tribulaciones de Bush en la Vieja Europa, o de los seriales de la Moncloa con Rajoy a la comedia de enredos de la convocatoria de elecciones en Cataluña. Pasando por las páginas de sociedad, sucesos, economía... ¿realmente vale la pena gastarse un euro diario para esto?. Estúpida pregunta, donde las haya, después de cuarenta años.

Por fin he llegado a la contraportada. Entrevista a Edgar Morín. Polifacético filósofo y pensador francés de 85 años que mantiene una vitalidad y un interés por la vida envidiables. A la pregunta de si tiene partido responde:
"Yo sigo siendo de izquierdas. Las derechas tienden a pensar que el desgraciado, el pobre o el criminal es el único culpable de su condición, mientras que las izquierdas nos sentimos pobres, criminales o explotados con ellos. Esas dos emociones te llevan a ser de derechas o de izquierdas."
Efectivamente, después de un siglo XX convulso, que vió nacer y morir los grandes movimientos supuestamente liberadores de la humanidad, después de la retórica del fin de la historia y del fin de las ideologías, esto es lo que nos queda al final del día: la izquierda asume la miseria de la condición humana en su conjunto, la derecha acoge a los elegidos y condena a los desheredados, culpándoles por su negligencia. Hoy ha valido la pena el euro