Lo que viene a decir Burniol, a la hora de analizar el papel de los socialistas catalanes en todo aquel proceso, es lo siguiente:
- La iniciativa estatutaria fue una apuesta personal de Maragall. Jamás el PSC la hubiera promovido.
- El PSC se vió embarcado en una guerra que no era la suya y "se puso delante de la procesión" (síndrome Companys).
- Maragall fue radicalizando, a lo largo de la tramitación estatutaria su posición ideológica, cada vez más próximo a las posiciones nacionalistas. Entre las causas, seguramente diversas, el "síndrome companys".
- Zapatero, atrapado por su promesa de respetar lo que saliera del Parlament, "cerró -por la espalda y con buena dosis de nocturnidad- un pacto precipitado y oportunista" con Mas por dos veces: primero cuando la discusión se atascó en Catalunya y luego, ya en Madrid, "con Maragall como convidado de piedra".
- La cúpula del PSC -una vez más el síndrome Companys- plantó cara a Zapatero y renovó el tripartito. Ahora Zapatero ya sabe que ni el PSC es el PSN, ni Montilla es Puras.
El Tigre de papel
En el primero de esta serie de capítulos me hacía yo una salvedad en condicional: "si las partes no van de farol..." pues bien, Burniol con otras palabras se hace la misma salvedad: "los nacionalismos no pararán hasta alcanzar su meta (...) -la independencia plena de sus respectivas patrias- o disolverse en la inanidad, lo que también puede pasar, pues quizá no pasen de ser un tigre de papel".
Mi opinión personal es que, efectivamente, se trata de un tigre de papel. No hay en Cataluña un verdadero y mayoritario clamor por la independencia. Sí hay, no obstante, un sentido de pueblo con personalidad propia y diferenciada y, por encima de todo, un amor propio y una susceptibilidad a flor de piel -seguramente más que justificada- ante menosprecios o injusticias. Dos hechos han venido a corroborar en las recientes elecciones lo que digo: de un lado, la vuelta de ERC a su verdadera dimensión ilustra la escasa magnitud del independentismo; de otro, la contundente respuesta al PP recuerda, por si alguien lo había olvidado, que con Cataluña no se juega. (A los más viejos y con más memoria les recordaría el asunto Galinsoga).
¿Piensa realmente Burniol que se trata de una jugada de farol o, como el lo llama, de un tigre de papel?. Burniol no rehuye la disyuntiva, pero astutamente la pone en el tejado de los independentistas: si es un tigre de verdad, que muestre sus garras, y si no, que deje de dar espantadas. Dicho de otra manera, desde su punto de vista de español -del que explícitamente se reclama- no entra, ni le importa, si van de farol, o no, pero en cualquier caso le resulta inadmisible el chantaje permanente. Ahora bien, de la misma manera que no le parece admisible esta reivindicación permanente de los nacionalismos periféricos, tampoco le parece de recibo la falta de altura de miras de los partidos estatales al dar largas al problema y no acometerlo con visión de Estado. De ahí, entre otras cosas, la poca estima en que tiene a Zapatero y Aznar. Y, me atrevería a apostar a día de hoy, a un Rajoy en quién tenía depositadas unas esperanzas, en mi opinión, del todo infundadas. Pongo aquí punto final a esta serie de entradas.