30 d’agost del 2008

Los "seres queridos"

La expresión se extendió cual mantra desde las primeras y deslavazadas crónicas de urgencia. A un redactor cualquiera le pareció la más apropiada para la ocasión y ninguno de los que le siguieron se atrevió a usar ninguna otra menos piadosa. Seguramente el término "familiares" no les pareció suficientemente dramático dada la magnitud de la tragedia. Se dirá que de todas las tropelías perpetradas por los medios (sobre todo audiovisuales) a raíz del accidente de aviación, esta es la menor. Cierto. Y cierto también que más de un redactor serio (y algún qué otro profesional de la indignación impostada) se han ocupado del tema. Con ingredientes tales como el periodo vacacional (con sus suplentes y sus becarios ávidos de aprovechar la huidiza oportunidad), la excepcionalidad de la noticia y la necesidad de rellenar cada vez más horas, de cada vez más parrillas, la bazofia del resultado era inevitable.

Si tomo esta anécdota mínima como pretexto de esta entrada, es porque ejemplifica el subjetivismo de los relatores/fabricantes de la noticia. Y el hecho de que este subjetivismo se deslice de forma sutil no me parece ningún atenuante, sino todo lo contrario: precisamente porque lo sutil es susceptible de pasar desapercibido. Y esto es lo peor del caso: que nos parezca la cosa más normal del mundo. El relator de la noticia no tiene ningún derecho a inmiscuirse en los sentimientos de los involuntarios protagonistas del acontecimiento; si las víctimas eran seres más o menos queridos por sus familiares o allegados es algo que pertenece a la esfera personal de cada uno de ellos, y que al reportero no debe importarle ni formar parte de la fantasía de su relato; su deber profesional es atenerse a los hechos y relatarlos con la mayor fidelidad y profesionalidad posibles. Nada más.

3 d’agost del 2008

Notas para españoles

Comenta López Burniol, en su columna de El Periódico de hoy domingo día 3, la impresión que en sendos colegas suyos de Andalucía produjo su libro "España desde una esquina". De forma cortés pero directa ambos vienen a coincidir en que el tema no les interesa. Uno de ellos expresa su desaprobación en forma metafórica: "no te pierdas en este mar sin orillas y navega por otras aguas"; frase que me ha recordado aquella otra, seguramente apócrifa, que se atribuía al Caudillo: "haga como yo, no se meta en política". Al leerlo he recordado algo que me llamó la atención cuando leí el libro: el subtítulo, "Notas para españoles", que, según el propio Burniol aclara, se refiere a los destinatarios del libro. Me lo ha recordado porque, si la opinión de sus antiguos colegas es representativa de un segmento importante de España -y yo me temo que sí lo es- su prédica habrá sido en el desierto. No del todo, ciertamente: Rajoy en una ocasión blandió uno de sus artículos en el Congreso, pero barrunto que no era ese el fin para el que Burniol tejió sus argumentos.

Recientemente, con ocasión de la publicación de las balanzas fiscales, se han oído repetidamente en medios catalanes expresiones del estilo de: "ahora no se podrá decir decir que Cataluña no es solidaria" y cosas similares. Naturalmente, cuando las quejas contra Cataluña no sólo no han amainado sino que -en base a lo que desde España se considera una actitud contumaz- han arreciado, el desconcierto y la irritación han cundido a partes iguales. Cataluña es, para España, una piedra en el zapato, un incordio, un estorbo. Hay un hartazgo de Cataluña. Da igual cual sea la magnitud del déficit o del superávit -¿a quién le importa?- Cataluña no deja de presentar problemas mientras Euskadi (terrorismo y manías del lehendakari aparte) se maneja bien con España; siempre lo ha hecho. Por lo tanto está claro, es Cataluña y no Euskadi la piedra en el zapato. A nadie desde Euskadi se le ocurriría querer arreglar España -el problema no va con ellos- y a nadie desde España se le ocurrirá pedir solidaridad a Euskadi. Así les va bien a unos y a otros.