11 de febrer del 2008

Juan-José López Burniol (IV) Pueblos y ciudadanos

Mi anterior comentario ("Palo a la burra blanca, palo a la burra negra") fue una digresión en torno a la consideración que a Burniol le merecen los principales actores de la política española de los últimos 10 o 12 años. Triste consideración, ciertamente, que en líneas generales no puedo dejar de compartir -y que era pertinente hacerla porque, para bien o para mal, esos actores han sido determinantes en la historia que nos ocupa- pero que nos apartó del hilo de la reflexión. Reflexión que ahora quisiera recuperar donde la dejé en el comentario II: los ciudadanos versus los pueblos.

A pesar de que Burniol se apoya básicamente, en lo que al contexto histórico se refiere, en un historiador tan poco entusiasta del relato identitario como Santos Juliá, nuestro hombre construye su tesis dando un protagonismo, a mi entender excesivo, a los pueblos como entes interlocutorios, por encima de los ciudadanos e incluso de los territorios donde se asientan. Más que interrogarse acerca de lo que digan o interese a los ciudadanos -de Cataluña o de España- parece interrogarse acerca de lo que decida Cataluña o interese a España: "España tiene derecho a saber si Cataluña quiere marcharse o no" (pag. 203) porque, en según qué condiciones, "para España es preferible una Cataluña independiente..." (pag. 209). Y ello seguramente es así porque "las pulsiones profundas por las que se mueven las personas, y por ende los pueblos, son perennes" (pag. 148).

A veces las simplificaciones, los modelos, ayudan a plantear problemas que no pueden abordarse en toda su complejidad. Algo así estaría detrás de la lógica de los referéndum de autodeterminación: puesto que no podemos atender los deseos de millones de voluntades expresadas individualmente, hacemos una sencilla consulta y hacemos lo que decida la mayoría. Desgraciadamente las soluciones simples raramente resuelven problemas complejos, y este me temo que es uno de esos casos. Hace ya casi un siglo, a impulso del presidente de los EE.UU. Woodrow Wilson, se creyó encontrar la panacea al problema de los nacionalismos bajo el "principio de nacionalidad" consistente en hacer coincidir las fronteras de los estados-nación con las fronteras de la nacionalidad y la lengua; principio que, de una u otra forma habían teorizado decenios antes Mazzini y otros ("cada nación un estado y sólo un estado para cada nación"). Pero como nos dice Eric Hobsbawm, en "Naciones y nacionalismo"(Ed. Crítica, 1991) "La consecuencia lógica de crear un continente pulcramente dividido en estados territoriales coherentes (...) fue la expulsión en masa o el exterminio de las minorías". Precisamente ayer me vino a la mente todo este debate, y el libro de Burniol, al leer en El Periódico la noticia sobre la próxima independencia de Kosovo. Este fragmento me emocionó:
Pegado a Kosovo Polje está Bresje, donde nació Dobrivoje Grujic, de 45 años. En el pueblo no hay un alma por la calle. De alguna casa, pocas, cuelga un letrero: Prodajem (vendo). "El 70% de los vecinos se han ido marchando, porque esto es un gueto. Sin embargo, yo no quiero irme. No tengo a nadie en Serbia. Yo nací aquí, y mis padres, y mis abuelos. No he matado ni robado a nadie", dice Grujic con los ojos inundados.
Su esposa, Slagjana, de 40 años, lo besa. "Estamos pagando las locuras de Milosevic".
Si en 1920 fue imposible hacer coincidir las fronteras con las naciones, las etnias y las lenguas, ¿cuanto más no lo será hoy, en el siglo XXI, cuando las corrientes migratorias están actuando como un colosal e inmenso turmix que no cesa de mezclar gentes, lenguas y territorios?.

31 de gener del 2008

Juan-José López Burniol (III) Palo a la burra blanca, palo a la burra negra

Burniol es especialmente crítico con dos personajes: José Luís Rodríguez Zapatero y José María Aznar.

La sonrisa sin destinatario
Burniol ve en Zapatero al principal responsable del desaguisado (la reforma del Estatuto). Dice que asumió la presidencia "cuando todavía no estaba en sazón" e ironiza sobre su laicismo de expresión primaria, su antiamericanismo adolescente o su sonrisa sin destinatario. Pero cuando se muestra realmente duro y dolido con el Presidente es a la hora de evaluar su papel en el antedicho desaguisado. Lo ve como a un jugador de ajedrez que no ve más allá de la próxima jugada, que se guía por el cortoplacismo y el regate en corto, como se pone de manifiesto en sus acuerdos con Mas, almas gemelas, los llama, y la vacuidad de sus análisis: "Zapatero casi nunca fue más allá de ese problema: si Cataluña es o no una nación" (cuestión, esta, secundaria para Burniol). Y resume el método de Zapatero con estas palabras: el debate por encima de las ideas y la crítica por encima de la lógica". Reproches que hace extensivos a su Gobierno, que, en su opinión, ha fallado en lo principal: el proceso de paz y las reformas estatutarias. Es algo más indulgente con el PSC, que se vio arrastrado por la corriente e hizo lo que pudo, o con Maragall "buena gente, no conoce el rencor" pero que cae víctima del síndrome Companys (hablaré de ello otro día) y de los claroscuros de su propio personaje: "sabe ver lejos (...) pero tiene cierta tendencia a no rematar los temas".

El fundamentalista neoliberal y su tropa
No sale mejor librado Aznar - en mi opinión (y apostaría a que Burniol la comparte) el personaje más funesto de la historia reciente de España- que, cuando alcanzó la mayoría absoluta en el 2.000 "se quitó la careta para mostrar su auténtica faz: la de un doctrinario del fundamentalismo neoliberal que saltándose el tardofranquismo entroncó con lo más ajado de la derecha española...", para añadir que al 'aznarismo' supone una involución de más de 40 años. El PP no aparece mucho en escena, pero, en la carta a la que me refiero más abajo, le dedica un párrafo contundente del que entresaco: "Empantanado en una denuncia sin sentido de las circunstancias que provocaron su derrota electoral, enrocado en una defensa absurda de la intangibilidad constitucional, enfangado en un anticatanismo de brocha gorda(...) y con una tendencia abusiva a desplazar a la calle el debate político , la verdad es que no ha dado la respuesta justa que merecía la política errática del Gobierno...".

El amigo de derechas
Pero he aquí que, curiosa e inexplicablemente, salva de sus críticas -justificadas todas ellas- al hombre que durante cuatro años ha liderado a esa pandilla de irresponsables. Me refiero, claro está, a Mariano Rajoy. La "Carta a un amigo de derechas", que mencioné en (I), viene a ser un resumen, personalizado para el líder de la oposición, de las ideas y conclusiones que, bajo distintos ángulos, ha expuesto a lo largo del libro y artículos de prensa. No digo que se sitúe en una posición equidistante: da a cada uno lo suyo y lo da con tino; pero de esa carta a un amigo de derechas se destila la idea -que en absoluto puedo compartir- de que Rajoy, en todo ese desaguisado (ahora no me refiero al Estatuto, sino a toda la legislatura) ha sido una especie de espectador de excepción o, como pretende la leyenda urbana instalada en algunas tertulias, un rehén del "ala dura del PP". Si -con razón- se critica a los fariseos bienpensantes de Cataluña, que no dicen en público lo mismo que en privado, con más razón habrá de criticarse a quién, teniendo la responsabilidad de liderar la alternativa de Gobierno, ha hecho del chiste del gallego en la escalera, guía y norte de conducta.