Hace poco supimos por los medios de comunicación que las universidades catalanas exigirán el nivel "C" de catalán a todos los profesores. Ignoro los detalles acerca de la ley que propugna tal medida, pero no me gusta la pinta que tiene; no puede ser más que empobrecedora para la universidad catalana, ya de por sí no demasiado boyante ni sobrada de recursos y excelencia. He oído esgrimir como argumento que el hecho de exigir a un profesor el conocimiento del catalán no implica -en virtud de la libertad de cátedra- que deba dictar su asignatura en tal lengua; más absurdo si cabe: se ponen trabas al ingreso de, quizá, valiosos profesores, a sabiendas de que la medida no tendrá incidencia en la presencia del catalán en la universidad y sí puede, en cambio, hacerlo antipático a una parte de los enseñantes.
Otro sí. Ayer, miércoles 25, Omnium Cultural convocó un acto "unitario" en defensa (preventiva) del Estatut de Catalunya frente a hipotéticos recortes del mismo por parte del TC. Lo de "unitario" parecería una broma o un sarcasmo si no fuera algo peor: el sello de fábrica de todos los "unitaristas"; la unidad hay que forjarla en torno a lo ellos propugnan.
Pero el espacio no nos lo achican solo por ese lado, claro que no. Ahí están los-abajo-firmantes de siempre para recordarnos que la patente de la Una Grande y Libre la tienen ellos. Naturalmente no con estas palabras, faltaría más, los tiempos han cambiado, nos hemos lavado la cara y el patrioterismo de toro de Osborne y pandereta ya no se estila. No, por lo menos en boca de filósofos y escritores profesionales; eso se deja para el brazo armado del PP y la Conferencia Episcopal. El españolismo intelectual se reviste con ropajes más nobles: Hobsbawm, Habermas y otros. (Ignatieff(*) cayó en desgracia cuando votó a favor de denominar el Quebec como nación). Particularmente rentable para el nacionalismo español resultó ser el discurso que el prestigioso filósofo alemán Jürgen Habermas tejió frente al fantasma del nacionalismo alemán: el patriotismo constitucional. Al nacionalismo español, de izquierdas primero, de derechas inmediatamente después, le faltó tiempo para apropiárselo. Por supuesto, convenientemente simplificado y desnaturalizado.
La idea central es sencilla: hay un sentimiento natural de pertenencia en torno al pueblo o nación nacida, pero la legitimidad democrática nace del pacto constitucional en torno a la nación querida. Que la idea central sea sencilla no significa que lo sea su anális, que escapa por completo a mis posibilidades y a este espacio. Sí lo hace con maestría Miguel Herrero de Miñón en su libro "El valor de la Constitución". Baste, solo un apunte: Habermas no niega la nación nacida, a la que le otorga el importante papel de la integración social, lo que dice es que la nación de ciudadanos debe tener prioridad frente a la nación originalmente étnica.
Un corolario que deriva de esa idea "sencilla" es que los derechos (entre ellos los lingüísticos) no son de los territorios, ni tampoco de los colectivos, sino de los individuos. No me pregunten como (los profesionales son ellos, no yo) pero de esas ideas aparentemente asépticas se infiere la preeminencia de los derechos de los individuos de naciones con estado sobre la de los individuos de naciones sin estado. En definitiva, entre el toro y el burro nos quieren unificar, cada uno a su manera. Parafraseando a Madame Roland podríamos decir: 'unidad, cuantos atropellos se cometen en tu nombre'.
-------------------
*) Ejercicio para arqueólogos ociosos: discurso de Arcadi Espada sobre Ignatieff antes y después de octubre de 2006.
Subscriure's a:
Comentaris del missatge (Atom)
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada