Mis amigos Vicente y Mari, han sido abuelos: la niña se llamará Candela. Alguien ha tenido la buena idea de reunir en una carpeta algunos diarios del día de su nacimiento, el 9 de marzo de 2007, como recuerdo para la niña. Vicente, que como su propio nombre indica es valenciano, se encargará de la prensa de allí y nosotros aportaremos la de Barcelona.
Y hojeando estos diarios me he detenido en la entrevista que, en "la contra" de La Vanguardia de ese día, se hace a Serge Latouche, economista y objetor del crecimiento, según se define a sí mismo. En esa entrevista se habla de ecología, de futuro y de crecimiento, pero sobre todo de decrecimiento. De decrecimiento como único medida para evitar la debacle final. En resumen, se nos viene a decir, no hay más cera que la que arde y la estamos quemando a espuertas.
La asociación de ideas era inevitable: Candela viene al mundo y nos asaltan serias dudas acerca de si la cera llegará para esta y todas las candelas que se encienden cada día.
Por desgracia el discurso ecologista está desprestigiado por mor de la contaminación, valga la paradoja, a la que hippies, naturalistas, verdes e iluminados de pelaje diverso lo han sometido. Esto hace que científicos serios que se dedican a ese campo prefieran hablar de ecología (la ciencia que estudia la bioesfera) y se muestren cautos a la hora de hablar de ecologismo (la ideología que la defiende). Pero difícilmente cualquiera que se acerque a la ecología con espíritu crítico podrá dejar de ser ecologista.
Pues bien, las verdades del barquero que Latouche nos dice son tan evidentes que uno no puede por más que asombrarse de que no sean objeto de preocupación general. Por contraste al discurso más habitual que solemos oír, que pone el acento en la contaminación atmosférica, el calentamiento global (hoy finalmente, aunque quizá demasiado tarde, motivo de atención) el agotamiento de los caladeros de pesca, la falta de agua potable, etc., Latouche va al corazón del problema, al origen de todos los problemas mencionados y muchos más: el crecimiento. El argumento de tan simple y elemental asusta: la Tierra es finita. Y puesto que la población no para de crecer, y las demandas que de esa población se multiplican cada día, la conclusión es evidente: esto se va al garete.
¿Evidente...?. No lo parece si atendemos al discurso de gobernantes (los nuestros, sin ir más lejos) e instituciones económicas: la bonanza se mide en porcentaje de crecimiento. "crecimiento" es la palabra mágica. ¿Y qué es lo que nos dice Latouche?. Veamos:
--Se venera el crecimiento como fin en sí mismo, se persigue siempre crecer por crecer. ¡Es algo irracional y suicida!Quizá alguien esté tentado de decir (yo mismo): "el 2050 todos calvos". ¿Todos?. Candela, y los de su generación, sólo tendrá 43 años, estará en la flor de la vida. Pero, ¿de donde vamos --perdón, van-- a sacar 30 planetas donde vivir?. Evidentemente de ningún sitio. ¿Entonces?. ¿Les dirán a los chinos que renuncien a "crecer" como Occidente?, ¿a los indios?, ¿a los africanos...?.
--El planeta tiene 51.000 millones de hectáreas, de las que 12.000 millones son bioproductivas. De ellas dependemos todos los habitantes del planeta. El actual nivel de vida de los españoles: necesita 4,5 hectáreas por persona/año para sostenerse. Si todos los habitantes del planeta quisieran vivir como los españoles harían falta dos planetas y medio; para vivir como los franceses, 3 planetas; y para vivir como los estadounidenses 6 planetas.
--De seguir creciendo al 2% anual, en el año 2050 la humanidad necesitaría ya explotar 30 planetas.
--Ahora consumimos el patrimonio acumulado por la Tierra en miles de años: hoy quemamos en un año lo que la fotosíntesis tardó 100.000 años en producir.
Si la idea les choca o les parece nueva, vean lo que decía John Stuart Mill, el gran humanista, padre del moderno liberalismo, en 1848, según lo cita Ramón Folch en "Ambiente, emoción y ética", Ed. Ariel - 1998.:
" Es indudable que en el mundo hay sitio, incluso en los países viejos, para un aumento de la población, suponiendo que los métodos de subsistencia mejoren y que el capital aumente. Pero, aun arriesgándome a parecer ingenuo, no veo grandes motivos para desear ese aumento. [...] Si la Tierra ha de perder una parte importante de las cosas agradables que posee [...] con el mero objeto de dar cabida a una población mayor, pero ni necesariamente mejor ni más feliz, espero para el bien de la posteridad que los partidarios del crecimiento ilimitado se avendrán a convertirse en estacionarios antes de que la necesidad les obligue a ello."
Pero como decía, y como puede observar cualquier lector de periódicos u oyente de medios, el crecimiento no sólo no se ve con preocupación sino todo lo contrario; lo que preocupa es la falta de crecimiento. La falta de crecimiento económico y la falta de crecimiento poblacional. De hecho ambos crecimientos van ligados. Veáse la angustia con la que se ve la baja natalidad en Europa Occidental, y en España en particular. ¿Absurdo?: no, no lo es. Falta de crecimiento significa paro, significa ausencia de recursos para políticas asistenciales y redistributivas, significa no poder hacer frente al envejecimiento de la población, envejecimiento que, en un círculo vicioso, demanda a su vez más servicios y más asistencia... Si dejamos de pedalear nos caemos, si seguimos, vamos al precipicio. La inercia del sistema es tan colosal que, aunque quisíeramos, no habría forma de pararlo ni en cien años. Pero es que además, ¡nadie quiere pararlo!. James Lovelock, el padre de la teoría Gaia, explica la imposibilidad de detener el sistema con el siguiente ejemplo:
«Imaginemos un grupo de activistas verdes que viajan en un avión y que, al comprender que los motores están envenenando la atmósfera, concluyen: "esto no es sostenible, hay que decirle al piloto que pare los motores"».
La especie humana se caracteriza, en relación a otras, por la gran inteligencia de sus miembros (por lo menos según sus propios criterios) pero esa inteligencia funciona sólo a nivel individual; a nivel de grupo nos comportamos exactamente con las mismas pautas que cualquier otra especie: ocupamos todo el nicho disponible hasta que agotarlo; y es la dimensión del nicho ecológico la que limita y determina la población. La naturaleza no sabe de muerte ni sufrimiento; no tendrá más miramientos con nosotros del que tiene con los zorros o los conejos. Como dice Lovelock:
Quizá esto sea todo lo que podemos hacer: seguir como si nada y decirle a la orquesta que siga tocando mientras se hunde el barco.«La gente se comporta como la hacía antes de la segunda guerra mundial . Entonces había la sensación de que algo terrible iba a suceder, pero todo el mundo seguía como si nada. Y los políticos hacían cosas absurdas, como el tratado de Munich, que a mí me recuerda el de Kyoto. Pretendian demostrar que hacían alguna cosa, pero no tenían ni idea.»